jueves, 19 de junio de 2014


Una divertida anécdota del Gral. : Don Manuel Belgrano.

Manuel Belgrano, uno de los más gloriosos generales argentinos y forjador en gran parte de la independencia de su patria, tenía una excentricidad: era el único militar que usaba en sus uniformes adornos de paño verde. 
Tal hecho dio origen a que un soldado, travieso e ingenioso, le bautizara con el apodo de Cotorrita, sobrenombre que luego se hizo muy popular entre la tropa. 
En una ocasión, Belgrano se sintió justamente alarmado por el auge que habían alcanzado los juegos de azar en el campamento, lo que daba lugar a frecuentes riñas y conflictos; y resolvió prohibirlos. La orden era severa y nadie, al parecer, se atrevía a contrariarla. Sin embargo, el general desconfiaba... 
Tenía el prócer la costumbre de recorrer el campamento, en tren de inspección, solo, sin escolta y aún de noche; y en una de esas incursiones realizada en una noche cerrada, observó un núcleo, una especie de mancha perfilada por un resplandor apenas perceptible. 
Intrigado al principio, sospechó luego lo que aquella sombra y aquel resplandor pudieran ser; y dispuesto a verificar su presunción, fue acercándose al lugar con mayor cautela. 
¡No se había equivocado! La mancha negra era un grupo de soldados entregados a la práctica del juego. 
Para evitar que se viera la escasa luz de una vela fijada en el suelo, los jugadores, sentados los de la primera fila y de pie los de segunda, formaban una apretada rueda que impedía el paso de los rayos luminosos. 
Notó el general que, al hacer las apuestas, se acercaba a la luz, entre otras, una mano más cuidad que las que suelen pertenecer a los soldados. Ello le hizo pensar que entre los jugadores debía encontrarse algún oficial. Decidido a averiguar quién era sacó de su bolsillo una moneda de plata, y acercándose aún más, dijo con fingida voz. 
-- ¡ A la sota ! 
Pero sucedió que al estirar Belgrano el brazo para depositar la moneda, un soldado alcanzó a ver los adornos verdes de la bocamanga y dio la señal de alarma, gritando: 
--- ¡Cotorrita !! 
Una mano callosa apagó la vela. Deshízose el grupo como por encanto, y el general, solo y como si viera visiones, quedó un instante clavado en su sitio. 
Después, a paso lento se encaminó hacia su carpa sabiendo de que en el campamento se jugaba, pero sin tener la menor idea de quiénes eran o pudieran ser los transgresores. 
 



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